viernes, 2 de agosto de 2013

JUGUEMOS AL 1,2,3

Como indica el título de este blog, cuando emigras algo queda, y no sólo se aplica al aspecto sentimental de la cuestión (amigos, familia, recuerdos...) sino al más puro aspecto práctico.
No te lo puedes traer todo contigo, así que dejas muchas cosas, a propósito, y te olvidas muchas otras, sin querer.
No sé si ya he contado que llevamos 6 meses, no, ya son 7, esperando el visado que no acaban de tramitar y, mientras no lo tengamos, los pocos enseres que decidimos que nos acompañaran en la aventura están en un almacén en Madrid a la espera de envío.
Lo que nos pareció más importante era lo relacionado con Hijo, para que no se sintiera tan fuera de lugar pensamos en que nos enviasen sus juguetes, sus libros, sus disfraces y hasta sus sábanas favoritas, por avión. El plan era tenerlas aquí el lunes siguiente a nuestra llegada (que fue un sábado tarde/noche), pero algo falló en ese impecable razonamiento nuestro.
El resultado final ha sido que, después de jugar varios días con las botellas de plástico vacías, hicimos unos cohetes de cartulina bastante aceptables, le compramos un cochecito barato, un avión enano, aún más barato, y con eso se está apañando. Ahora nos ha pedido una pelota para jugar en el parque, razonable, creo yo.
No olvidamos traer con nosotros los juegos de la consola, artilugio muy socorrido por su capacidad lúcido-festiva-pedagógica y el poco espacio que ocupa. Sin embargo, ¡oh, hados funestos que en mí os cebáis! la consola en sí, reposa en el cajón izquierdo del aparador. Cosas que pasan.
Del resto de cosas (bicicletas, plancha, sábanas, toallas, vajilla, cubiertos, juego de café....) ya ni hablamos, pese a que se echan en falta a veces. Entre todo quizá me quedaría con una pesa para la cocina, aquí no hay IKEA (sí, lo juro, no lo hay, increíble pero tristemente cierto) y las que he visto me parecen caras. Tengo en casa una muy apañadita, de escaso volumen y menor peso, que me haría papel aquí.
El caso es que, por alguna inexplicable razón, Marido no metió en la maleta ni mi conjunto de deporte (mallas, camiseta y chubasquero), ni unos preciosos zapatos sin estrenar y comprados especialmente para un vestido también nuevo, que decidí reservar para México.
Vale, es que en Gijón el tiempo no acompañó y no encontré ocasión para zapato de ante rosa y vestido súper veraniego, sino no espero ni en broma.
Dicho esto voy al meollo del asunto. La otra gijonesa del grupo de españolas en Polanco se ha ido a pasar sus vacaciones a casa, actitud que le ha granjeado la envidia, el rencor y la bizquera al mirarla del resto de expatriadas que sudamos la gota gorda en el estío mexicano sin una mala playa que llevarnos al cuerpo. Para que no le pongamos la zancadilla cuando no mira, le echemos agua del grifo en la botella de agua mineral, o le cambiemos el protector solar factor 70 por yogurt desnatado, se ha ofrecido a traernos alguna cosa que podamos necesitar, y ahí viene el dilema.
Como no quiero, ni puedo, llenarle media maleta con mis asuntos pendientes tengo tres posibilidades, a saber:
1-. Mis maravillosos zapatos nuevísimos, aunque cierto es que sólo podría usarlos durante la mañana, ya que por las tardes  nos solazamos con preciosas tormentas acompañadas de una réplica del diluvio universal. En una ocasión llegó incluso a granizar, un derroche de medios.
2-. La pequeña y querida balanza de cocina, tan mona ella, sin la que no puedo hacer los postres que tanto endulzarían esas tardes tormentosas que podríamos contemplar desde la ventana mojando el bizcocho en un café.
3-. La consola de Hijo, luz y alegría de nuestras vidas que, en vista de que no hay mucho que hacer por aquí y que a la hora de la canícula no hay quien asome el hocico por la calle, se ha vuelto adicto al iPad y, la verdad, es más engorroso llevar eso por la calle que la consola. ¡Que nadie diga nada, ni una palabra!. A ver quien es el guapo que aguanta 24 horas/día con un niño que parece que tiene Red Bull en lugar de sangre, en un sitio donde la única diversión es ir a un parque (siempre el mismo) y en un horario muy concreto para no morir abrasado o ahogado en una riada. Nada fácil, lo aseguro, que no sólo de parchís, oca, ajedrez, serpientes y escaleras o mikado vive el niño y su madre.
Así que necesito ayuda y consejo, igual que en el 1,2,3 hay que quedarse con uno y dejar los otros dos. ¿Me dejo llevar por le egoísmo narcisista y me traigo los zapatos tan monísimos?, ¿me lanzo cuesta abajo y sin frenos por el territorio de la gula y ahorro unos pesos a la familia trayendo la balanza?, ¿consiento que el poderoso instinto maternal tome las riendas y le traigo la consola con la que puede jugar incansablemente, o no mirar para ella después de 10 minutos, perdiendo así una oportunidad de oro para mis pies?.
En vuestras sabias manos lo dejo, luego haré lo que me parezca, obviamente, pero prometo hacer como los jueces y motivar razonadamente mi decisión. Y pasar olímpicamente de la voz populi, como también hacen ellos.

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