viernes, 9 de agosto de 2013

QUE VIVA LA TECNOLOGÍA, PERO NO TODA

Mi ordenador de toda la vida (unos 3 años, que en temas informáticos es ya una larga etapa juntos) está en el taller y estoy utilizando, o más bien inutilizando, nuestra última adquisición, uno pequeñito, que se puede hacer Tablet y que se supone va como una moto, hipersensible, con pantalla táctil y lápiz óptico y, si te nota tristona, te canta un bolero y te dibuja una rosa en la pantalla. Yo creo que si lo presiono un poco me prepararía un Gin Tonic mientras me relajo leyendo en el sofá.
Una joya, por lo visto, pero es demasiado para mí. Acostumbrada a las cómodas zapatillas ya viejunas y desgastadas, pero hechas a mi pie, estos nuevos y maravillosos zapatos de tacón de aguja me aprietan por todas partes y me sacan ampollas e insultos a diestro y siniestro.

(Aquí tengo preparadas dos fotos estupendas de zapatos que no he sido capaz de bajar. En cuanto lo consiga las pongo, ya veréis qué risa, de momento no le pillo la gracia a este tema, pero seguro que después me desternillo). Pues resulta que ya tengo el ordenador recién llegado a casa, así que actualizo con las imágenes prometidas, ¡Aleluya!.

Estos sí, calentitos, cómodos, con pinta hogareña y, por si fuera poco, comestibles.
Estos, en cambio, son feos, con pinta de duros y de incómodos y, además, no pegan con nada de lo que tengo en el armario.
También me ha comentado Marido que ha salido una versión actualizada de vete tú a saber qué móvil con una pantalla táctil aún más sensible. Considerando el elevado número de veces que he terminado bruscamente una conversación porque el lóbulo de mi oreja ha rozado levemente la tecla de colgar, miedo me da que el nuevo teléfono llore con los anuncios de cachorritos o le coja una depresión de caballo si lo tengo cerca cuando veo las noticias, de puro sensible. No me veo consolando al aparatito y llevándolo al psiquiatra, prefiero algo más rudo, más primitivo, más de pueblo de toda la vida, vamos.

Pero no todos los avances son malos, no señor. Me parece estupendo que puedas encontrar televisores de 78 pulgadas con sonido envolvente en 4 D y con la opción de obtener beso con lengua del protagonista de la película, pero ¡por Dios!, prefiero una vitrocerámica y un horno eléctrico en la cocina.
Porque aquí lo de la vitro es más raro de ver que a Belén Esteban leyendo El Quijote, pero mucho más. Fogones de toda la vida y da gracias, y el horno tiene un sistema de endebles rejillas de sujeción que lograron que el otro día, al sacar la fuente del horno, se viniera abajo todo el invento, fuente incluida, que voló airosamente hasta el centro de la cocina (americana, of course, que aquí cocina independiente no se estila, como mucho la encierran en una especie de armario con ventana).

De nuevo íncluiré una bonita foto del horno subsodicho, lo que no sé decir es cuándo ocurrirá eso.

Y la potencia de la red eléctrica (ya os enseñaré cómo es esa red, los pelos como escarpias, se oye el ruido de las chispas en los postes de la luz, lo juro) es un "pelín" menor que en España, en concreto 230V y en México 127V, los aparatos eléctricos tienen un funcionamiento algo diferente.

Ilustro con ejemplos prácticos al alcance de cualquiera.

Utilizar la Epilady es como arrancarse uno a uno, bien despacito y ensañándose, los pelos de las piernas, con un resultado más bien pobre y empleando el triple de tiempo. Hay que dar varias pasadas y aún así no se consigue un buen acabado. Supongo que cuando toca afeitarse a los hombres será una juerga continua, el no va más del cachondeo. Recomiendo, tanto para hombres como para mujeres, depilarse/afeitarse con un palo entre los dientes para no gritar de dolor.

Ayer, preparando una sencilla mayonesa (que, por supuesto, se me cortó) tuve que parar 4 veces, ¡CUATRO!, por problemas técnicos. Se recalentaba tanto que me hacía ampollas en la mano, imposible hacerla de un tirón, de ahí que se cortara.

Cuando usas el secador es como si trataras de secarte el pelo a base de soplidos de un bebé de un año intentando apagar la vela de la tarta de su cumpleaños, aunque sin babas, ese es el matiz que marca la diferencia, la única diferencia. También se recalienta y requiere tiempo y paciencia.

El cepillo de dientes eléctrico gira al ritmo de una marcha fúnebre. Va tan lento que a veces pienso que llega a girar en sentido contrario.

Y mi casa es la envidia de la colonia española porque tengo lavavajillas (que no he usado aún) y secadora. Cuando la pongo, eso sí, tengo que cuidar de dejar abierta la puerta de la habitación donde está y también la habitación de enfrente y comprobar que la ventana de esta última está abierta también porque si no el calor hace que se dispare la alarma, suene la sirena y, automáticamente, se corte el suministro de gas, quedando así sin fogones y sin horno.

¡QUÉ VIVA EL PROGRESO¡

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