viernes, 30 de agosto de 2013

MAZATLAN

Conversación Madre/Hijo hacia mediados de Julio, en plena canícula veraniega (bueno, aquí es más bien en mayo y junio, pero ¿qué es este blog sin su poquito de drama?).
      • "Mamá ¿podemos ir a la playa?"
      • "Es que aquí no hay playa cariño, hay que ir en avión"
      • "¿Vamos a la piscina?"
      • "Tampoco hay piscina, hay que hacerse socio de un club y estamos mirando uno"
      • "Pues una bañera. ¡POR FAVOR, NECESITO AGUA, NO PARA BEBER, PARA METERME"
Al final terminé llenándole un balde con agua y metiéndole los pies en él.
Vale, lo confieso, el balde no era tan grande. ¡Pero los pies son casi del mismo tamaño!
Después de esto ya era inevitable una visita a la costa. Pero problemas de horario laboral, coordinación de vuelos, plazas hoteleras, bla, bla, bla hicieron que la cosa se retrasase muuuuuuuuuucho.
Finalmente decidimos ir a Huatulco hace un mes y, consecuentes como somos, terminamos en Mazatlan una semana después de lo previsto.
Marido tiene un compañero de trabajo que vive allí e insistió en que debíamos conocerlo; como además se ofreció a hacer de guía para allá fuimos de cabeza.

Mazatlán está situado en el estado de Sinaloa, famoso gracias a La reina del Sur, de Arturo Pérez Reverte. No pienso dar más pistas, pero si sabéis de qué va entenderéis que no las tenía todas conmigo.

Llegamos al aeropuerto de Mazatlán a media tarde, un aeropuerto pequeñito y simpático del que no quieres salir, porque al abrirse la puerta algún gracioso nos apuntó con un secador de pelo en modo "aire extra caliente". O eso me pareció, pero no, resulta que es la temperatura normal por allá, 41º, de hecho habían llegado a los 43º ese mismo día.
Más que correr reptamos hacia el coche que nos esperaba buscando el aire acondicionado como si fuera el Santo Grial en manos de Brad Pitt (o Angelina Jolie en el caso de Marido).
Nos dirigimos a la ciudad atravesando un paisaje verde salpicado de palmeras. La nota la dió Hijo que cada vez que veía un desguace, u otros negocios que parecían igualmente desguaces, o casas que también parecían negocios que parecían desguaces, decía a voz en grito "¡QUÉ CUTRE, PERO MIRA QUÉ CUTRE, ES CUTRÍSIMO!".
Y es que aquí las afueras son muy afueras, pero después de dos meses aquí lo creí más curtido, yo ya no me inmuto.
Por fin llegamos al hotel, al pie de la playa (rige la misma ley de costas que en Benidorm, pero moderan la altura y el número de edificios) a la que llegabas atravesando la piscina.
Vistas desde nuestra habitación
Corrimos hacia el agua en busca de alivio y casi fue peor el remedio que la enfermedad, la sopa que preparaba mi abuela estaba sólo tibia en comparación con el agua de la piscina.
Todos los bañistas están en la unidad de quemados del hospital, por eso no hay ninguno en el agua
Después de un rato de chapoteo lo arrastramos hacia el mar esperando una zambullida algo más refrescante. Error, aún más caliente.
Todo por el turismo
Al ver los puestos que había por allí Hijo me recordó que él quería beber el agua de un coco en la playa como había visto hacer en la TV.
Cuando cayó el sol, y llevábamos más de dos horas en modo playa/piscina parece que se notó, incluso, un cierto birujillo agradable. Hora de cenar.
Después de ciertas vacilaciones y recorrer una calle adelante y atrás (ver post anterior, El café de los domingos para ampliar información) decidimos cenar en un bar en forma de choza a la orilla de la playa. Ceviche, camarones empanizados y langosta de la casa, demasiada comida, pero somos así.
Ahora sí, estáis todos muertos de la envidia, lo sé
Hijo tuvo que hacerse notar, faltaría más, y quiso de postre un paquete de Doritos que vió en una máquina expendedora. Pero quiso el cruel destino que el único paquete disponible estuviese enganchado, de modo que le explicamos que, si metía la moneda, la perdería sin remedio. Su solución fue pedirle al camarero (de aquí en adelante, mesero) que, con la llave correspondiente, abriese la máquina y le diera los Doritos. 
Le dije que esa llave la tenía el señor que venía a reponer los productos, no estaba en el local. Se conformó, pagamos y, en el momento de irnos, se dirigió decidido al mesero para contarle que tenía que llamar al dueño de la máquina en cuestión porque él se había quedado sin su postre y había que solucionarlo más temprano que tarde. Al hombre le hizo tanta gracia que le regaló un flan. Como no, siempre saca algo de sus historias.
Regresamos al hotel a dormir y Marido decidió ver el final de "Lo imposible" que le había quedado pendiente.
Esto se esperaba encontrar Hijo en cualquier momento. Ordenador en mano le enseñé los puntos de riesgo de tsunami para que viera que en México DF no es posible tal cosa. Ahí descubrió que tsunamis no, pero terremotos a paladas. 
Hijo lo vió, peguntó qué era, se lo explicamos siguiendo esa política absurda de no mentir a los niños y las consecuencias fueron inmediatas. Despertó con pesadillas por la noche y me costó Dios y ayuda convencerlo de que no pasaría nada, aunque lo que lo tranquilizó fue saber qué tenía que hacer en caso de tsunami y enterarse de que el mar se retiraba muy, muy lejos antes y tendría tiempo de ponerse a salvo subiendo a lo alto del hotel. Lo del árbol me parece inviable, son palmeras y no veo yo fácil lo de subir.
Así cualquiera, siempre hay gente previsora preparada para cualquier eventualidad, desastre natural, guerra o fin del mundo en general.
Mañana os cuento lo que hicimos el sábado, que básicamente se resume en dos palabras: COMER Y BEBER.





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