lunes, 22 de julio de 2013

NO SIN MI CAFEINA

Mi madre se tomaba el café de puchero, largo, con poca leche y unas cuatro cucharadas colmadas de azúcar y, por lo que yo recuerdo, sólo uno, el de la mañana.
Con esos antecedentes ya os podéis imaginar que tomar una cucharada de ese preparado era lo más parecido del mundo a comerse un caramelo de toffe de los de toda la vida.
Cuando yo era pequeña no se compraban chuches con la alegría, despreocupación y dispendio actual, por lo que asocio de inmediato esos caramelos a los cumpleaños.
Aclaro que, antes de que el cumplir años se convirtiera en las bodas gitanas que son actualmente, cuatro o cinco de tus amigas venían a casa y, eso sí, había barra libre de sandwiches de nocilla y Coca Cola, mezclada con Fanta naranja y Limón, cuando los ánimos estaban ya exaltados por la cafeína (la Coca Cola era una, grande y no tan libre, sólo tocaba en las fiestas y, tal vez, la noche de Eurovisión acompañada de unas patatitas y unas aceitunas, por supuesto con hueso).
Muy parecido al fiestón de la imagen, pero sin gorritos.

También estaba la versión canapé de pan de molde, rodaja de huevo duro, aceituna y pimiento morrón encima. Palillos planos, por supuesto, si le quitamos toda la sofisticación al plato que aquí nos presentan nos hacemos una idea.
Y el día de tu cumple de verdad, verdad, no cuando lo celebrabas, llevabas al colegio un paquete de caramelos que repartías entre tus compañeras que, a cambio, o como venganza, entonaban el "Feliz, feliz en tu día".

Normalmente consistía en un surtido variado y asequible a cualquier bolsillo en el que el premio gordo era el caramelo de anís. Pero de vez en cuando la hija de algún potentado se dejaba caer con los toffes, no sólo el de café sin más, sino también los que llevaban sabor a plátano, fresa y no sé si algo más.
Modalidad clásica, los otros ni siquiera sé si aún los fabrican o se extinguieron, como los dinosaurios y la Cherry Coke.
Después de esta disgresión inevitable, vuelvo a retomar el hilo. Si alguien se ha perdido (yo misma, sin ir más lejos) que vuelva al párrafo 1 y se salte los demás hasta llegar aquí de nuevo).

Yo, por aquello de la llamada de la sangre, la genética y el derecho consuetudinario, empecé mi vida cafetera siguiendo la tradición materna, pero al igual que los microorganismos unicelulares fui evolucionando.
Primero, y ahí sí que no recuerdo cómo, reduje drásticamente  el número de cucharadas de azúcar, de 4 a 1/2, una notable diferencia.
Después, o quizás al mismo tiempo y ahí estaría la explicación de la reducción azucarera, los distintos regímenes alimenticios me hicieron pasarme a la leche desnatada, cambio importante en el fondo, pero no tanto en la forma.
Cuando tuve que prepararme yo misma el café dejé de lado el método PUCHERO (más rico, no cabe duda, pero mucho más trabajoso) y me pasé a la cafetera de goteo, en concreto una que me tocó en una rifa  y encontré más cómoda que el sistema tradicional.
Se acabó para siempre el azúcar una mañana de domingo en la que me desperté en una casa recién alquilada y sin nada dulce que echar al café. No tomarlo no era una opción, añadiendo una gota más de leche (literalmente, una gota) descubrí que endulzarlo era superfluo (por cierto, no puedo con la sacarina ni similares, azúcar o nada).
El descafeinado vino de la mano de Hijo cuando era un hermoso feto en forma de lenteja de apenas 8 semanas, y aquí siguen los dos, Hijo y el descafeinado.

El resultado final es que las únicas similitudes con el gusto cafetero de mi madre son dos: me tomo un café grande y cortado y sólo por la mañana, salvo excepciones derivadas de la falta de sueño o la vida social.
Así que me hallo en México DF un domingo por la mañana y pido un café con leche de desayuno. En España equivale a una taza de medio litro, si lo pides grande ya te lo sirven en un caldero o en una bañera infantil, según zonas.
Imaginaos mi estupor cuando me traen el equivalente a media taza de un café pequeño. Hubiese necesitado pedir unos 6 para completar mi dosis, así que tomé nota de un hecho diferencial en todos los países, que varía de una comunidad autónoma a otra: la forma de preparar y pedir el café. Hay que ser muy preciso, detallar exactamente qué y cómo lo quieres y te evitarás muchas decepciones.
Desde entonces, y aunque me miren raro, especifico que quiero un café americano largo (si no es muy fuerte para mi gusto) grande, muy grande, la taza grande llena hasta arriba. Y así, sí.
Personalmente lo prefiero cortado.
Debo reconocer, y puede que tenga rectificar y, si es así lo haré, que, en general, el café de aquí no me parece demasiado bueno. salvo el que sirven en los sitios de postín. Hoy me he tomado uno estupendo en un café pequeñito en la calle Emilio Castelar.
Muchos afortunados descubrimientos en materia de restauración (léase bar, chigre, sidrería o restaurante) tengo que agradecerlos a la madre naturaleza, que nos ha dotado a Hijo y a mí misma de unos riñones estupendos que trabajan sin descanso y nos empujan a visitar los baños de locales de todo tipo y color.  
Era un café con leche de sabor agradable y tamaño extra-grande, como para mojar un suizo, para entendernos, con algo de espuma, pero no demasiado, haciendo un dibujo de árbol de Navidad muy artístico.
Así que no me puedo quejar, ya le cogí el punto al café que compré por recomendación de la empleadas del súper (no pienso volver a hacerles caso, en cuanto lo termine cambio de marca). Y tengo localizada una cafetería con café rico, rico donde no tengo que comer nada si no quiero (os lo explicaré otro día, hay que mantener la intriga y reservarse algo de información para futuras entradas). Vamos, para darse con un canto en los dientes.

 

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