lunes, 8 de julio de 2013

YO QUIERO VIVIR EN UN AVIÓN

Llegamos a México DF el sábado a media tarde, después de un viaje espectacular e irrepetible (es literal, por el precio de un vuelo nos hacemos dos) en Bussines. He descubierto lo que es en realidad el paraíso prometido, es un vuelo así.

En primer lugar puedes ir abarrotado de equipaje, cargado como los antiguos Seiscientos camino de Benidorm (principal motivo de no ir esta vez en turista).

Entras el primero sin necesidad de esperar cola, aunque esto lo teníamos de serie por viajar con un niño. Me he informado y el chollo dura hasta que tenga unos 12 años, dado el tamaño del mío creo que se me terminará antes, qué le vamos a hacer.

La sala VIP es un oasis en medio del desierto, un insulto para el resto del pasaje. Hay todo tipo de bebidas, comidas y aperitivos a disposición del usuario, diría que gratis, pero lo pagas de sobra en el billete. Por supuesto hay sala de TV, sillones confortables  y cómodos pero abarrotados sofás porque, ahí sí, no se libra nadie, hay mucha, mucha gente, como en todo el aeropuerto.

Después de la antesala a ese nuevo y desconocido mundo no te mezclas con el vulgo en el avión, sino que pasas por un pasillo distinto donde te esperan unas mullidas butacas totalmente reclinables, con su almohadita, su manta y su kit de viaje que incluye unos confortables calcetines. Por supuesto hay pantalla individual para escuchar música, ver películas o series, o jugar, con sus cascos, no hace falta ni decirlo.

Constantemente pasan auxiliares de vuelo con comida y más bebida, no vaya a ser que sufras deshidratación o inanición durante el vuelo.

Por si fuera poco lujo, Marido decidió sentarse con Hijo y yo fui solita casi todo el viaje disfrutando de paz. No obstante el destino caprichoso sigue empeñado en que no duerma y, justo cuando me solazaba en los amorosos y añorados brazos de Morfeo, me despierta Marido porque traían la comida (creo que fueron celos).

Por muy first class que sea en la comida falla ostensiblemente y, la verdad, hubiera preferido dormir a comer el salmón con verduras, más bien insípido. Los entrantes, sin embargo, me gustaron mucho. Los míos, los de Marido y los de Hijo que, siendo como son para comer, los rechazaron casi todos, para mi alegría, alborozo y engorde.

El vuelo se me hizo corto, tremendamente corto, no quería bajarme nunca de ese sitio maravilloso, pero todo lo bueno termina, no como lo malo, que puede durar eternamente.

Después de esta mágica experiencia supongo que es comprensible que la llegada a la ciudad, presa del sopor, el jet lag y la depresión de haber tenido que dejar el avión celestial, fuera para mí algo decepcionante.

Era ya de noche, había llovido y las calles estaban encharcadas y el firme es todo menos eso, al menos en algunos tramos, debido, supongo al coste de mantenerlos impecables y al efecto combinado de las raíces de los enormes árboles y de los terremotos frecuentes.

Ya seguiré contando, que ahora me voy al parque. Saludos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario